¿Qué querrán enseñarme?

Por los inadaptados de la sociedad  escribí este post hace mas de 12 años, hoy lo reposteo sin cambiarle la esencia, porque a pesar del tiempo nada ha mejorado. 

¿Qué querrán enseñarme?

por Sandra Gutiérrez Alvez


Muchas veces quiero traer historias diferentes, en las que participe la gente común con actividades interesantes. Todas las historias me parecen importantes porque todas forman la vida y la sociedad, las buenas y las malas. Unas para seguir su ejemplo, otras como una reprimenda del destino. Porque no creo que existan las casualidades, cuando vemos algo malo, deberíamos preguntarnos ¿qué querrá enseñarme?

Muchos personajes desfilan por mi mente  cada día y recorro los pasillos de mis recuerdos escribiendo algunas cosas que guardo. Por otro lado, observo a la cultura de élite, que sigue existiendo y manejando un lenguaje sólo para entendidos. Siguen las endémicas brechas en la sociedad a las puertas de la segunda década del siglo XXI, que en vez de integrar, disgregan. Me interno en las noticias culturales, veo que afortunadamente algunas políticas de estado, con respecto a estos temas, están cambiando en Uruguay, pero que la gente en general aún sigue creyendo en las castas y en la superioridad de “los cultos” sobre los “inadaptados” de la sociedad. Eso me hace prender la luz roja, y me digo: esto sí me interesa. Entonces me decido a escribir sobre el tema, para volver a la necesidad primaria que me impulsó a abrir este blog.

Hoy dedico mi post a ellos, “los inadaptados” de la sociedad

Mi primer interrogante es ¿por qué llegaron, “los inadaptados”, a ser quienes son? Inmediatamente hago el siguiente razonamiento: “ los cultos”  los que nacieron en cuna de oro, crecieron entre algodones y no saben lo que es pasar frío, ni hambre, ni discriminación,  no saben lo que es ser golpeados ni tratados como basura por su propia familia. Y me pregunto cómo actuarían si estuvieran en la piel de los primeros,  mi respuesta inmediata es: muchos serían iguales o peores. Pero, hoy la realidad es otra y juzgan, golpean, discriminan.

Me duele en alma y carne esas vidas que buscan desesperadas un lugar en este mundo. Porque sin duda el dolor los llevó a ser así, no hay otra explicación posible. Ese mismo dolor que los condujo a las drogas y a ser víctimas de las mafias de negociantes que se llenan sus bolsillos y que parecen disfrutar con la muerte de cada joven inocente. Ese mismo dolor que les implica ser siervos de ricos que abusan día a día de su poder de patronos. El dolor de sentirse siempre menos. Y de alguna forma, aunque no nos demos cuenta y no podamos reconocerlo, muchos de nosotros, hemos contribuido a ello durante generaciones, y negligentemente los fuimos conduciendo a este camino. Los gobernantes con políticas que durante años los excluyeron y sumieron en la pobreza o la indigencia. Los vecinos que en vez de buscar soluciones, siempre fuimos respondiendo con violencia o afrentando contra su dignidad, pero no con verdadero amor. Los educadores y los planes de enseñanza, que tantas veces ridiculizan y excluyen al “conversador, violento e irrespetuoso”, en vez de integrarlo o interesarse por su verdadero problema. Todos fuimos siendo sus maestros de vida, pero muchos le enseñamos las materias prohibidas, entre ellas la exclusión.
El tiempo pasa y el niño se hace un joven resentido, o  un ladrón, al ver que aquellos que se mofan de él, poseen bienes que él no podrá tener jamás por las vías comunes. Se siente acorralado, sin oportunidades ni esperanzas, por ser negro, vivir en un “cantegril” o villa, por ser pobre, con cicatrices, o con una educación incompleta. La bola de nieve se hace cada vez más grande y los demás estamos, como hoy lo estoy yo, simplemente mirando las noticias y sin hacer nada.
Estos jóvenes se juntan en tribus urbanas para sentirse poderosos, son como salvajes defendiendo su territorio, buscando un lugar para SER. Las drogas, el alcohol y los rituales de represión policíaca, contribuyen a que se vuelvan más violentos. Se hacen imparables, cobran el poder que no deben tener y nosotros pasamos a ser las víctimas.

Nos quejamos de la inseguridad, que sin dudas es terrible. Pero, ¿razonamos que a veces nosotros hemos sido un eslabón de la cadena que conduce a “los inadaptados” a ser quienes son? ¿Asumimos nuestro rol en la sociedad? ¿Nos damos cuenta que debemos hacer algo por todos? o ¿nos creemos reyes que debemos ser servidos por quienes nos rodean?

Creo en el respeto, pero el respeto no es sólo no desear ni tocar lo que no nos pertenece, el respeto por la dignidad humana es también asistir a quien nos necesita, es compartir lo que tenemos, incluso lo que necesitamos para vivir. ¿Estamos dispuestos a dar algo de nuestro tiempo o recursos para ayudar de alguna forma a recuperar estos jóvenes? Si existiera una especie de “Teleton” para “los inadaptados” ¿contribuiríamos para que se recuperaran?

No olvidemos que pertenecemos a la cadena, y esa cadena irremediablemente los conducirá hacia nosotros, y en ese momento nosotros seremos las víctimas. Luego la “justicia” los recluirá en cárceles que, en vez de recuperarlos, sólo los aporrea siendo sus “Universidades de la Delincuencia”. Algunos, por alguna razón, podrán zafar y al salir llevar una vida digna integrándose a la sociedad, pero en la inmensa mayoría de los casos el rapiñero sale recibido de experto en robos mayores, traficante, asesino y otras yerbas, y así la historia continúa…y otra vez llegan a nosotros y otra vez somos sus víctimas y el espiral continúa.

Habría mucho para decir de este tema, Pablo Estramín lo decía mucho mejor que yo...



El cuestionario de reflexión que me deja este análisis es: ¿Terminaremos algún día con la inseguridad? ¿Estamos dispuestos a contribuir para ello? ¿Habrá oportunidades y esperanzas para "los inadaptados", en esta sociedad, o seguirán siendo "los inadaptados" de siempre y nosotros quienes de alguna forma los condenemos? 

Y la gran pregunta ¿qué querrán enseñarme, sobre mi mismo, “los inadaptados”?

Cada uno tiene su respuesta.



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